Por Mario D. Ríos Gastelú
Existen en Bolivia ciudades que
nos transmiten los rumores circundantes de más de cuatro siglos, llegados hasta
nuestros días en un abrir y cerrar de
alas portadoras de las imágenes ya trazadas por la historia, el amor y la
gratitud.
Pueblo enarbolado de banderas
revolucionarias que aún asoman en su flamear, la faz de su heroína Juana
Azurduy de Padilla, cabalgando por polvorientos caminos tras rescatar la cercenada cabeza del valiente esposo, Manuel
Ascencio Padilla, en la más patética imagen de heroísmo contemplada con
los ojos de horror nebuloso de los
yamparaes.
Las otoñales páginas de la
historia refrescan fechas y nombres: 1540, Pedro de Anzúres funda Chuqisaca.
1552 fundación del Obispado de La Plata. 1560 se edita en Valladolid: Arte y
Gramática de la Lengua Quechua. 1809 rebelión armada contra el dominio español.
1825 proclamación de la independencia de Bolivia.
El linaje de Sucre
Pasó el tiempo, y al llegar un
nuevo aniversario de la justa libertaria en Chuquisaca, el pueblo enarboló
banderas nacionales en celebración a los dos siglos de libertad. Doscientos
años en pos del progreso. El linaje de Sucre extendido por los caserones de
blancas fachadas. Su cultura, rememorando
la cuna de libertad y sabiduría desde los muros de una de las
universidades más prestigiosas de Bolivia: Universidad Mayor Real y Pontificia de San Francisco Xavier de Chuquisaca, donde
se escucharon las primeras voces de rebeldía.
Ya en pleno siglo XXI, Sucre abre
las ventanas de una ciudad moderna. Edificada
sobre la nostalgia de una arquitectura religiosa atrayente y espiritual.
Sus calles y avenidas abren espacios hasta donde convergen historia, fantasía,
duendes y amoríos.
Hoy son los barrios aledaños los
que le dan una nueva brisa de encanto. Imponente el Churuquella, en diálogo con
el Sica Sica, velando por la ciudad. Visitar la capital de la República, es
descubrir nuevos rincones, palpar su historia desde el silencio de sus viejas
construcciones. Es penetrar en la penumbra de sus colosales templos, en una
gigantesca exposición plástica, reveladora del talento de los pintores,
arquitectos y escultores surgidos en el Virreinato, en la Colonia y la
República. Historias sagradas, milagros admitidos y leyendas que dieron solidez
a un pueblo inmerso en una cultura superior, recogida de las escuelas de Sevilla y Granada.
Barroco, Manierismo, influencia flamenca, romanismo y arte moderno, sin olvidar
las creaciones indígenas, brillantes en su artesanía.
Cargada de gloria está la Casa de
la Libertad, donde aún parecen departir las figuras emblemáticas de los Padres
de la Patria. El Palacio de Gobierno, La
Glorieta, con sus fantasmas y sus oropeles aristocráticos y un Prado con la
Corte Suprema de Justicia. A todo ello se suman edificios bancarios, históricos
colegios, monumentos a próceres de la independencia y un señorial teatro. Sumar
a todo aquello plazas, parques y lugares de paseo, es tener presente la visión
de una ciudad encantadora, declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad.
Para el turista
Los pobladores del territorio
chuquisaqueño, entregan su esfuerzo a un desarrollo que se advierte desde los
cambios substanciales del corazón del departamento. Puna, valle y subtrópico,
encierran en sus entrañas la riqueza natural, sumándose la biodiversidad entre
flora y fauna salvaje. Los jalq´a,
tarabucos y guaraníes, son testigos vivientes de un pasado que no pierde sus
raíces originarias.
En Sucre, hay algo especial para el turista, el investigador y el
visitante ávido de sensaciones nuevas: El Bramadero, en la serranía de Chataquilla, un lugar donde puede respirarse
la pureza de los bosques, apreciar los roquedales con tintes de cielo y
riachuelos en los que la faz del sol se detiene como un Narciso contemplando su
propia belleza.
Cajamarca, es otro lugar de
ensueño con poéticas aguas cristalinas
limpiando los peñones y vigorizando los altos pinos, cuyas sombras
refrescan un bosque con orquestación de pájaros. Y los que llegan hasta la
capilla de Chataquila, podrán escuchar
oraciones de piedra, materia prima con la cual fue creado ese espacio elevado
al Ser Supremo. En el mismo lugar, el homenaje de admiración y agradecimiento a
Tomás Katari, traduciéndose en Ave
Marías, como un ofertorio a su memoria.
El tiempo se detuvo en Pumamachay
donde la pictografía certifica unos mil quinientos años de antigüedad.
Los prodigios de la naturaleza
El nombre de Samay Huasi tiene
resonancia turística. Se trata de una hermosa hacienda esforzada en mostrar
otros atractivos. Se encuentra en Chaunaca. Es un hospedaje en medio de paisaje
cautivante, pues muestra singulares prodigios de la naturaleza, en un ámbito de
silencio, sólo interrumpido por las voces que nacen en las arboledas. Si de
allí seguimos avanzando, nos encontramos con otra faz de la Chuquisaca tradicional: Potolo, donde las formas
zoomorfas de sus textiles son el certificado de la creación artesanal
conservada en los años. Cada una de esas piezas tejidas al impulso de un lenguaje abstracto, nos habla
de tiempos remotos, de fe pagana y de creencias míticas propias de los jalq´a.
La lengua quechua endulzada en
las frases de bienvenida, pone un tinte especial, allí donde las serranías y el
río que baña sus sembradíos, ya son otro motivo de particular atracción.
Treinta kilómetros hacia el norte
de Sucre, hay huellas que impresionan, al transportarnos a mundos
desconocidos. Son las huellas de
dinosaurios, vestigios de especimenes
monstruosos que dominaron la Tierra, dejando a su paso la identidad de su
presencia solitaria en la región llamada Cal Ork´o, imagen del farallón con
huellas de 332 especies, origen del Parque Cretacio, réplica paleontológica de
abelisaurios, iguanodontes, titanosaurios y reptiles marinos.
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