Escribe: María Alatriste (*)
El salar de Uyuni es un lugar que difícilmente se puede describir, es un lienzo blanco que depende de la imaginación, estado de ánimo, y sobre todo ganas de querer asombrarse.
Hace tiempo perdí un guante que una amiga local me compró para llevarme a mi travesía por el salar. Lo curioso es que yo ya me había metido a las salas de abordaje y de repente por el olvido de dármelos al momento de nuestra despedida me bocearon en el aeropuerto de La Paz, Bolivia, para entregarme un paquete que contenía unos lindos guantes de alpaca. Unos guantes que me volvieron loca por sus colores. No sabía que eso se podría hacer en los aeropuertos. Al menos se pudo en esa ciudad gracias a la habilidad de mi buena amiga.
Desde ahí, el viaje comenzaba a ser particular ya que siempre me han encantado el tipo de regalos que comienzan con el ritual de que algo te está esperando y que ese algo, ya te había atrapado en una aventura inesperada.
Para llegar al salar de Uyuni lo realicé inicialmente del aeropuerto de aeroparque localizado en la ciudad de Buenos Aires a la Paz, donde en definitiva sentí al bajarme del avión un poco la dificultad de poder respirar de la altura, mi cuerpo se sentía un poco raro, aunque podía seguir si me tomaba los movimientos con calma.
Inmediatamente comencé a masticar hojas de coca, recomendado para los malestares que suelen dar por una ciudad a más de 3600 metros de altura. Hojas que no tienen ningún tipo de sustancia tóxica así como adicitiva y ayudan con los malestares de este fenómeno. En este lugar tuve varias reuniones con personas enamoradas de su país, locas por sus colores, que me compartieron las ganas de explorarlo y sobre todo de recorrer ese misterioso lugar del que muchos viajeros llegan de todas partes del mundo para poder admirarlo. Un lugar que de alguna manera no regresas del todo jamás. Al contagiarme de la locura de sus colores, también me llené de ganas para emprender la búsqueda de formas posibles para llegar a este místico lugar.
De la paz, tomé un vuelo que me llevó al aeropuerto de Uyuni. Para llegar al salar tuve un camino un poco largo por terracería que era en ese momento rodeado por grandes proyectos de infraestructura para hacer más fácil el trayecto. Por fortuna conseguí hospedarme en un hotel de sal a poca distancia del mismo salar. Así es, un hotel de sal, que tenía los muebles, paredes y elementos decorativos hechos de sal, una fortaleza salada a un costado de ese desierto y con el lujo de poder tener una ventana a este pasaje blanco interminable para los ojos humanos.
Un lugar aislado que debido a una tormenta previa a mi llegada se quedó sin ningún tipo de señal de internet, eso indicaba también la señal de desconectarme por completo de todo lo que me atara a dejar de admirar mi entorno.
Una transportación con un amable conductor llegó para coordinar mi visita a uno de los lugares más inimaginables aún para mi vista. Por fortuna lo visité en el mes de febrero, fecha en que se puede encontrar el salar bajo dos efectos totalmente distintos e igual de hipnotizantes. El salar seco y el salar con agua. Este último muy famoso por el efecto espejo que se hace debido al agua.
En la parte del salar que estaba seco recuerdo que usaba mi guante para jugar con los miles de efectos que se pueden hacer para jugar con figuras desproporcionadas en las fotografías, es verdad, quizás se me perdió por tratar de sacar una foto común. Por alguna razón me perdí en el salar y perdí de vista el guante, quizás fue un guante que se enamoró y decidió quedarse para siempre, ya que es verdad cualquiera desearía quedarse en esos momentos de contemplación absoluta que ofrece este grandioso lugar.
La transportación se adentró en ese maravilloso lugar al atardecer para poder contemplar el efecto espejo que causa el agua. Sensación de hacerte sentir de pie en el cielo. El desierto es tan extenso que simplemente parecía que no había nada más, de un lado se veía que veía una tormenta de lluvia y por el otro lado se veía como el sol estaba a punto de irse a dormir. Aún recuerdo cuando comenzaron a salir las estrellas, parecía el manto estelar más impresionante que mis ojos podrían ver visto antes, parecía la obra de arte que todos los días cambia la naturaleza. Que para mi suerte ese día el lienzo era la armonía perfecta entre un cielo despejado y una condición climática de tormenta perfecta para admirarlas simultáneamente. Como la representación del Ying y Yang.
El silencio me hacia estar muda y atenta a cada minuto, encontrarme en esos momentos que se hacen eternos por la paz y el silencio interno. Tengo que confesar que para adormecer mi hambre, comí un poco de los platillos populares como la yama por lo que tuve que probar y cumplir con mi lema de comerme el mundo.
El salar de Uyuni es un lugar que difícilmente se puede describir, es un lienzo blanco que depende de la imaginación, estado de ánimo, y sobre todo ganas de querer asombrarse. Un lugar para llenar el ser de absoluta paz y admiración de lo inexplicablemente grandiosa que es la naturaleza, admirarla y ser parte de ella. Tanto que aunque no encontré mi guante, el otro que sigue como recuerdo en casa como símbolo de añoranza de esos días de inolvidable e indescriptible tranquilidad.
SOBRE LA AUTORA
(*) María Alatriste Marketing Advisor & Social Entrepeneur
Asesora ( Adviser) • De 2015 hasta la fecha • Ciudad de México
Asesora en proyectos de promoción Internacionales. Investigadora para el acceso a la información sobre la diversidad sexual y empoderamiento de la mujer. Contacto con la autora: maria@mariaalatriste.mx y twitter @MariaAlatriste
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