Por Mario D. Ríos Gastelú
La Paz, ésta La Paz de hoy que no borra La Paz del ayer. Ésta La Paz que enlazó los barrios de los cuatro puntos cardinales con el cascabeleo del centro citadino.
El paisaje de la metropolitana urbe no es una extensión callada. En cada esquina, recoveco o callejuela hay voces de historias escritas con amor o con lágrimas. Las avenidas son brazos abiertos a la amistad. Las calles tradicionales nos cuentan de personajes que dieron vida a los barrios. Aquellas viejas casas que el tiempo bronceó, conservan la humedad del amor que existía. Evocación, razón de ser, nostalgia, sonrisas; toda una colección de estampas vividas.
Desde el piso más elevado de un moderno rascacielos, la ciudad de La Paz se extiende como un aguayo infinito y multicolor, abierto a la esperanza hecha canción, bajo el cielo de un azul inmaculado que despista al invierno y abre sonrisas en la multitud caminante por sus calles llenas de alegrías y tristezas; inspiración de poetas que desmigajaron sus ideas para cantarle con sentimiento estrofas arrancadas de la preciosidad de un entorno, que la encierra entre cumbres elevadas, escoltas del excelso Illimani. La vista fija en sus tres picos elevados al cielo como virtudes teologales en oración, hacen del grandioso nevado la eterna postal de bienvenida al visitante.
Si en la más pulcra avenida se levanta la modernidad hecha cemento, en los arrabales está presente el callejón conservado entre calaminas gastadas que ofician de pared; vetusta casona harapienta en su vestidura con puerta firme y gastada madera, por donde pasó un poeta que glosó las tenebrosas noches paceñas.
La Paz, ésta La Paz de hoy que no borra La Paz del ayer. Ésta La Paz que enlazó los barrios de los cuatro puntos cardinales con el cascabeleo del centro citadino. El Obrajes del Sur, legendario creador de una moda en el coloniaje. El rumor del Norte con abundancia de frutos naturales y danzas folclóricas. Festividades domingueras por un Este acariciado en el viento. Trabajo y amistad en un Oeste bullicioso de niños escolares y juveniles deportistas. Toda una ciudad esquivando desde sus plazas, parques y jardines, las sombras que proyectan los altos edificios.
Allí se concentra su historia. Vivencias eternizadas en el despliegue de su cultura. Templos con imágenes artísticas de siglos pasados. Cimientos que aún dejan ver los balcones de una aristocracia ya desaparecida. Monumentos elevados con sano patriotismo. Extensiones turísticas como Chacaltaya, Valle de la luna, arquitectura maravillosa en la Avenida Camacho. Chalets que aún sobreviven en San Jorge y choletslevantados en El alto.
Esa la ciudad. La ciudad de todos. La ciudad fraternal abierta a quien llega a sus puertas y penetra en el maravilloso universo de cotidiana existencia. Pero no es sólo la ciudad. La Paz, “cuna de libertad y tumba de tiranos”, se amplifica por todo el departamento, también de fiesta en fechas julias, porque cada provincia tiene su orgullo al aportarle vida a los diez millones de la patria soberana.
Reinos de la Naturaleza extendidos por todas sus provincias, donde lo atractivo nace desde su propia tradición apoyada en el arte: música, literatura, pintura, fotografía y escultura en creatividad de personajes nacidos en cada región, cuyos nombres se escriben en los anales de la cultura boliviana. La belleza incomparable del lago Titicaca, bendecido desde el santuario de Copacabana, aún nos deja escuchar a mil sirenas con sus voces de cristal. Alcemos una copa para celebrar a La Paz, en su día memorable y por los forjadores de la ínclita ciudad. ¡Salud!
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