martes, 1 de marzo de 2016

MITOS Y COSTUMBRES DE UNA CIUDAD


La diversidad de paisaje y clima que ofrece Bolivia a los turistas del mundo tiene en el departamento de Oruro atractivos singulares, no obstante de la altitud en que se encuentra su capital (3.706 metros sobre el nivel del mar) pues, precisamente por esa circunstancia, el panorama que resalta a la vista de todo viajero que llega a la zona del altiplano motiva sensaciones inusuales. 


MARIO D. RÍOS GASTELÚ

Un grito rebelde contra la dominación española llevó al bronce de la perpetuidad el reconocimiento a la figura histórica de Sebastián Pagador, caudillo de un movimiento que dio frutos de libertad y esperanza a un pueblo sometido a la esclavitud. 

Evocación y homenajes a la histórica gesta patriótica pusieron tinte a la celebración orureña el pasado 10 de febrero, llevando a los círculos sociales el perfil de una tierra apasionada por el trabajo y la fraternidad. Todo diálogo acercó la imagen de un pasado que aún vibra en el recuerdo humedecido de nostalgias de cada orureño, cuando ya los años vencieron dificultades y dejaron en su balance la sonrisa del haber cumplido la misión que le signó el destino. 

EL FULGOR DE LA AURORA

Una es la perspectiva citadina y otra la característica de cada una de sus provincias: pueblos levantados en plena pampa, sujetos a ciertas circunstancias de vida adaptadas a una tierra hostil. Sin embargo, ellas ofrecen atractivos y productos de alto contenido alimenticio contribuyendo, así, a la economía de la región, además de despertar interés ilustrativo en quienes las visitan. 

Pero no sólo esos productos de la tierra dan a Oruro una fisonomía muy particular, pues como región rica en minerales los productos no renovables han sido el sustento del país; las históricas minas de estaño y de otros minerales fueron por años razón de la existencia de una población ubicada entre las más selectas de la nación, llevando a la ciudad a ubicarse entre las más importantes del país. 

La ciudad de hoy descansa en sus tradiciones y en la calidez de sus habitantes. Ciudad de temperaturas muy bajas, compensa el frío con el calor que irradian sus pobladores. La amistad se vuelca sobre cada uno de los turistas haciendo más llevadera su presencia en la capital del departamento. 

LO TRADICIONAL

Oruro, una tierra conservadora y amante de sus costumbres, ofrece al visitante, como entre sus atracciones, una gastronomía no fácil de ser encontrada en otras ciudades. Los platos criollos conocidos como Rostro Asado, Intendente, Cola, Nudos, Charquecan (valgan las mayúsculas de patentes para la creación doméstica orureña) van complementados por la Cerveza Huari, bebida infaltable en las recepciones de mantel largo y en todos los bares y restaurantes más selectos de la ciudad. 

La repostería, es otra de las especialidades de expertos, sumándose la variedad de productos agrícolas a disposición del cliente en los diferentes mercados de abasto. En este sentido, la producción del altiplano orureño se complementa con los productos llegados del valle y del trópico boliviano. Oruro, ubicado en el centro de la geografía boliviana, ofrece los frutos más variados que la generosa tierra produce en su extensión cultivada. 

Si bien la alimentación es fundamental en todo centro urbano, lo son también la historia, los mitos y aquellos personajes que le dieron prestigio en el tiempo. Si es evidente que en sus calles no están de pie todos los históricos edificios que se levantaron hace dos centurias, no dejan de ser atracción particular algunos de ellos, como el “Palais Concert” (Palacio de los Conciertos) y el Hotel Edén, ambos ubicados en la Plaza 10 de Febrero. El edifico del Correo Central y lo que resta de la estación del ferrocarril. En la construcción de esos monumentos arquitectónicos se puede apreciar, por una parte, lo artístico de las fachadas, los frescos que encierran los muros del “Palais Concert” y la construcción de otros edificios. No deja de llamar la atención el material empleado y muy bien tratado por expertos, particularmente en el edificio del correo y la estación del ferrocarril (aunque sin el movimiento de principios del siglo XX). Se suman algunos jardines, estoicos sobrevivientes de inviernos rigurosos. Por sus calles transita un pueblo laborioso y amable, dispuesto a guiar a los visitantes y brindarles, dentro de las posibilidades actuales, momentos de satisfacción durante su estancia en la ciudad. 

LO MÍTICO

Como toda ciudad, Oruro tiene sus otras historias. Lo mítico ilumina las tertulias y sus personajes encienden admiración. Por sus avenidas y recovecos asoman las sombras de aquellas imágenes indelebles en el tiempo, como la de aquel aguatero surgido desde el anonimato ubicándose en una sociedad, por entonces selecta y excluyente. De nombre Alberto, cumplía la noble misión de calmar la sed de los pobladores de barrios aledaños, hasta donde no llegaban las cañerías públicas. 

Un dipsómano que asomaba a las ventanillas del correo, no para pedir su correspondencia, sino una copa de vino, era la figura pintoresca en las horas ociosas de la ciudad. 

Un microcéfalo, generalmente visto en la calle Camacho, motivaba muchas burlas y miradas curiosas y, sin embargo, era un ser que llevaba en su alma a un niño adormecido y siempre sonriente a todos lo que veía pasar por las aceras. También se recuerda a la viuda de la calle Presidente Montes, dotada de facultades curativas y a los fantasmas de la calle Soria Galvarro.

Si aquellos personajes de leyenda fueron los que animaron las horas cotidianas de los orureños, en los primeros cincuenta años del siglo XX, los otros, los surgidos en la otra tradición del pueblo, son los que aún perduran en la literatura, el diálogo y las reuniones de intelectuales. Allí está el Chiru Chiru. No hay duda que en los socavones mineros se tejieron las historias más fantásticas y apasionantes de Oruro. La creencia en seres superiores, como el Tío de las minas, es algo que pervive en la gente del subsuelo y en la festividad del carnaval. Pero también está el misticismo llevado a la devoción por la Virgen del Socavón, la joven Candelaria, así denominada por un franciscano. Entre el bien y el mal, constante en la vida de todos los pueblos, el cielo y el infierno mantienen distancia en medio de creencias arraigadas, supersticiones y fe religiosa. 

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